Planeo trasnochar hoy, porque llevo varios días intentando levantarme antes de las tres y no consiguiéndolo. Alguna vez habrá que ir a clase.
Desde hace unos días me cuesta navegar por mis pensamientos; no puedo decir que no sé por qué. El curso se acaba y las tareas pendientes se me agarran al cuello y a la espalda, tapándome los ojos con las manos, tirándome del pelo, sin dejarme centrarme en al menos una de ellas, no, todas, ya, ahora. Le cuento estas cosas a Juan Alberto porque es la única persona a la que no es necesario describírselas. Al menos avanzo un poco, ayer un miserable capítulo de Landman, hoy una incipiente racha de Duolingo, quizá algo de Coursera. Me pican los dedos de ir a buscar desesperadamente algo a lo que aferrarme: en este caso, un trabajo online, SEO probablemente, que es donde se ve que acabamos las escritoras del siglo XXI. También debería escribir, algo mío o algo para un concurso. Algo.
Me tomo las pastillas todos los días y bebo agua: ya se ha convertido en un hábito inconsciente. Hará un par de horas me traje la botella llena y ya le quedan dos tragos, uno por cada vez que me detengo y respiro profundamente para intentar calmarme.
No sé si es verdad que todo se me está cayendo encima pero así se siente.
Como plátanos porque si no se van a dañar. Compré porquerías, pero no me las estoy comiendo, no pasan el nudo en la garganta. La Comida Real, en cambio, pasa porque de algo tengo que vivir. Estoy guardando las mascarillas limpiadoras no sé para qué en vez de usarlas.
Noto el corazón cargado desde hace unos días.
Releo el texto y lo odio, porque es basura.