Mirando el reloj no se me pasan las horas, pero es cosa de hoy nada más, porque he quedado para ir a escuchar a personas chachis. El resto del tiempo, hasta las semanas se me pasan sin que las vea, escondida bajo las mantas. Ahora es el reloj el que me mira a mí, expectante. Las cosas han cambiado un poco.
Ya cuento nueve años verde menta pisoteando internet como si fuera mi casa (es mi casa), eso y las gafas permanecen. En aquel entonces asumía que a estas alturas estaría viviendo en California, o en Londres, si no me funcionaba el tema de casarme con Jason Mraz. Me sobran mucho más los señores ahora y no son quienes han decidido que viva en Madrid, pero resulta que me gusta más. Greenheart se habría indignado, jo, ¡con lo feo que es Madrid! Viviste aquí un mes, burra, no finjas que recuerdas su entrañable fealdad.
También le habría sorprendido lo de Ciencias Políticas, ella que pensaba que haría letras y ciencias. No hemos dado carpetazo a eso, tranquila. Lo de los idiomas habría pillado por sorpresa a esa chiquilla que batallaba con las pajas mentales del blog de Mraz y que chapurreaba como bien podía cumplidos a sus amigas brasileñas. Ahora se lo puedes decir en portugués, cariño. Esa que te debía.
El drama de todos estos años y la gradual pérdida de control sobre mi psique no son cosas que Greenheart se tomaría bien, la pobre. Se callaría, pondría una cara un tanto ominosa, se mordería el labio (porque acababa de leer Crepúsculo) y acabaría diciendo a la vez que yo que bueno, al menos tengo material para escribir. Pero oye, ¿y sigues escribiendo? Juramos que nunca lo dejaríamos, ¿lo dejamos acaso, mientras dormitaba en este blog cubierto de telarañas?
Sigo escribiendo, Fridota. A hostias, las que te esperan a ti, que apenas las estoy regurgitando ahora y encima duelen más, las jodías, pero sigo.
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